El valle del aquelarre es una obra astuta que emprende el riesgo,
el maravilloso riego de tejer una narrativa entre las costuras de dos mundos
distintos: uno contemporáneo, sacudido por las rencillas políticas en uno de
los municipios de los Altos de Chiapas, y otro atemporal, en el que las fuerzas
eternas del universo se baten a duelo, cíclicamente, para disputarse el
“arbitrio” espiritual de la humanidad. La prosa, sencilla pero no por eso falta
de inteligencia, conduce a la historia por una atmósfera bien comentada en la
que es tan importante una perfidia terrenal como una maldición perpetua; y tan protagonista
un jcaxlan entrometido como un
perverso pukuy. Una obra que confiere
al presente una de sus definiciones más precisas: aquello que de todas partes
viene y hacia todas partes va, y que convierte a Zinacatlán en la coyuntura
propicia para demostrar que la realidad es mucho más que la interpretación que
le damos a los que nuestros cinco sentidos perciben, que la realidad tiene una
deuda impagable con la superstición. El
valle del aquelarre induce a pensar que las historias y leyendas son
rosarios de palabras a modo de puertas, que deben contarse/abrirse con cuidado,
so pena de sucumbir a la angustia insoportable del inframundo.
Sin lugar a dudas, El valle del aquelarre se convertirá en
un referente obligado de la narrativa chiapaneca contemporánea, que sin dejar
de lado los males modernos, se empeña en conservar y lucir las prácticas
ancestrales de los pueblos originarios.
Arturo Ceballos Alarcón
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