Por Margarita Hernández
Seis años después de su muerte, acaecida inesperadamente en Barcelona, Alejandro Ariceaga (1946-2004) se ha transformado en uno de los escritores más representativos del Estado de México. Poseedor de un lenguaje tan irreverente como contestatario, explorador de las formas poéticas y sus intersecciones narrativas, construyó un conjunto literario capaz de trasponer los límites localistas y los ecos identitarios, para dar paso a la instauración de la ciudad como personaje, en abierto rechazo a la tradición y a la consagración de determinadas estructuras estéticas.
Los rasgos centrales de este interesante panorama se reúnen, enriquecen y resignifican en “Obra alejandrina”, una antología de Eduardo Osorio que recoge muestras de la narrativa breve de Ariceaga, particularmente de volúmenes como “Cuentos alejandrinos”, “La otra gente”, “A corto plazo”, “Ciudad tan bella como cualquiera”, “Placeres” y “La identidad secreta del camaleón antiguo”.
A pesar de que esta selección –publicada por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluida en Raíz del Hombre y la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario– excluye las novelas del también autor de “Camada maldita” –igualmente editado por el IMC–, estas piezas ya encarnan las semillas de sus temas recurrentes, como los descubrimientos propios de la edad iniciática, oscilantes entre el gozo, la culpa, la curiosidad y la revelación; el incierto viaje a nuevas fronteras, teñidas de soledad, excesos y culpas; la experimentación con las situaciones límite, desembocadas siempre en problemas asombrosos e incontrolables, y una preocupación social que sólo se deja leer entre líneas, traducida en la configuración de los personajes, desde su empleo del lenguaje hasta sus escasas, pero certeras, descripciones físicas. De forma paralela, despliega las variaciones de estos motivos, que cobran claridad e intensidad con el paso de las páginas.
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