Por Margarita Hernández
Con frecuencia, la literatura se vuelca alrededor de nuestras obsesiones. Así, se convierte en una radiografía de la condición humana, signada por las dudas y el temor; por la pasión y la incertidumbre. Con un aliento que viaja de la afirmación a la exploración, el cuento se transforma en un vehículo ideal para involucrarse en estos temas: su brevedad, sumada a su flexibilidad para trasponer los límites del tiempo y del espacio, ofrece una visión tensa o serena; particular o universal, de las fijaciones con las que propios y extraños gozan o se atormentan.
En esta atmósfera se ubica “Vértigos”, un volumen narrativo de Adán Medellín publicado por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluido en El Corazón y los Confines y en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Constituido por diez cuentos, poseedores de una fuerza que intriga y seduce, este libro recurre a la agudeza literaria para sumergirse en los entresijos de la mente humana y trastocar algunas fibras incómodas, que pueden paralizar, enloquecer o aliviar tanto a los personajes como a los lectores.
De esta manera, “Vértigos” conjuga el erotismo, el género policíaco, la ciencia ficción, el humor y una lluvia de imágenes perturbadoras, de impasibilidad altamente contrastante, con una prosa de gran precisión, que, en ocasiones, se aproxima a la poesía. A través de estos recursos, la muerte, el cuerpo, la sexualidad y la enfermedad encarnan la búsqueda original de las obsesiones; es decir, el sustrato primitivo en el cual se asientan el miedo como revelación; el pánico como toma de conciencia absoluta; la escritura como un acto de confrontación y evasión; la risa frente a los propios defectos, más allá de la pasión y la caída.
Con un estilo denso e impecable, sin petulancias ni pirotecnias verbales, “Vértigos” indaga, también, en los titubeos entre lo sagrado y lo profano, mediante los cuales sus personajes procuran encontrar la purificación antes de vencerse por completo. Así lo suscriben, desde el inicio, los epígrafes de Cesare Pavese y Joseph Roth, que convocan la inminencia del abismo que nos puebla; la imposibilidad de resguardar nuestros secretos, pues se revelan en los umbrales que encarnan los demás.
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