Nuevos fragmentos literarios

martes, 22 de septiembre de 2009

Alejandro Ariceaga - Obra alejandrina




Obra alejandrina
Alejandro Ariceaga
Selección y prólogo: Eduardo Osorio

Este libro es una antología de la obra del toluqueño Alejandro Ariceaga. La selección y el prólogo la realiza el presidente del Centro Toluqueño de Escritores, que fundara el homenajeado. Consta de 338 páginas.


Explicar ahora cómo los muchachos ajenos al mundillo literario accedimos a esa narrativa [la de Alejandro Ariceaga] me resulta imposible y prefiero una interrogante: ¿por qué nos impresionó a los adolescentes aquel escritor nacido el 21 de mayo de 1946 en Toluca? Supongo que nos deslumbró su novedosa temática oscilante entre lo fantástico-irónico y la instauración de la ciudad como personaje; ambos puntos en contraposición a la literatura predominante en Toluca. Discurso hegemónico que acá se traducía en poemas a la patria chica y a la inmóvil amada, romanticismo narrativo con escenografías bucólicas o, cuando mucho, de barriada, y el final cerrado, simbólico hasta lo indescifrable o francamente feliz, como intento de sorpresa.
Fondo y forma: si bien aquellas historias alejandrinas vienen envueltas en el celofán de construcciones naturalistas, la mayoría anuncia ya su estilo coloquial, pletórico de ocurrencias como al desgaire, exploratorio de giros verbales, juguetón y, sobre todo, efectivo. Todo al servicio de la ironía que con frecuencia sus lectores interpretan con humor negro.
Alejandro Ariceaga solía sentenciar que los homenajes a un escritor sólo podían ser de dos formas: en vida o con la intención de promover su lectura. Al cumplirse un postergado ofrecimiento de compilar su narrativa, se eligieron para esta edición los textos que él seleccionó para incluirlos en algún libro. Esta obra en cada lector cumplirá el testimonio de respeto y los placeres.
Porque todo, después, siempre es silencio.

Eduardo Osorio (Del prólogo)


La nueva redención

Un día, Jehová se asomó al mundo a través de una de las ventanas del cielo, para ver si lo que había hecho aún era bueno. Enseguida se dio cuenta de que las cosas no marchaban tan bien como él las había dispuesto. Observó que había guerras, que el napalm carcomía las carnes de los niños amarillos, que los hombres y mujeres y niños negros eran vituperados, perseguidos y que padecían hambre. Observó también que los anovulatorios impedían el nacimiento de nuevas criaturas, que la prostitución había crecido en gran manera, que el odio y la inmisericordia imperaban cada vez más en el mundo. Observó que la gente seguía a otros dioses y se dijo para sus adentros: “Pues no es tan bueno”. Entonces llamó a su hijastro Jesús, que estaba sentado en el trono donde acostumbran a estar siempre en compañía del espíritu santo y le dijo: “Es necesario que te mandemos nuevamente al mundo para que seas sacrificado”. Y en diciendo y haciendo esto, Jehová lloró lo más amargamente que jamás hubo llorado.
(p. 72)

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