Nuevos fragmentos literarios

jueves, 5 de marzo de 2009

Tormenta en el páramo - Héctor Sommaruga



III

—MAMI, MAMI... ¡Alguien viene!
—Déjame dormir otro rato, Gustavo.
—¡Pero mami...
—¡Yaaa!
Dalila se da media vuelta sobre la hamaca para seguir durmiendo. Es la hora de la siesta en Covadonga, aire caliente que esparce el polvo por todos los rincones de las calles y penetra atrevido por las ventanas.
El pequeño Panchito permanece inmerso en el sueño, mientras Gustavo —el mayor, de ocho años— se sienta impaciente en el suelo, junto a la hamaca de su madre.
Es una tarde idéntica a todas las tardes de todos los años desde que se tiene memoria en Covadonga: calma total, sol ardiente, una brisa tan caliente que de sólo sentirla a la sombra quema la piel, y algún trino de pájaros lejanos en el desierto. Víboras, alacranes, arañas, moscas siempre molestas e indomables, y la más variada cantidad de lagartijas de cuanto tamaño y color pueda imaginarse, es todo lo que ofrece la fauna de este páramo.
Algunos habitantes poseen gallinas, patos y guajolotes. Los menos, alguna vaca, ovejas y cerdos. Sólo la avenida principal de Covadonga, que es también la carretera internacional, cuenta con adoquines bien colocados y aplanados, en contraste con las demás calles de terracería llenas de pozos, con lagartijas que deambulan indiferentes a los humanos, y mucho polvo, que inevitablemente se levanta con el aire de la tarde creando desde pequeños remolinos hasta tolvaneras que cubren de una mugre muy especial las blancas fachadas.

Sommaruga, Héctor, Tormenta en el páramo, Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2008. Colección El corazón y los confines.

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