Los ángeles llegaron a Sodoma
Colección Cruce de milenios
Carlos Elizondo, uno de los más reconocidos sorjuanistas de nuestro tiempo, nos presenta una novela que, aun cuando ha alcanzado ya los seis lustros, no ha perdido su vigencia, pues la prosa del maestro Elizondo sigue tan actual y moderna hoy como en aquellos años.
Gabriel, émulo de aquél arcángel a quien fuera encomendada la Anunciación, busca afanosamente conquistar el corazón de Elena, hermosa mujer que significó para él “apetitos carnales, rapto en grado de tentativa, tremendos sacrificios, algunos atentados al pudor, el templo de Venus y, en el fondo, en sus cimientos, una cruz pesada”.
Una novela que, más que retratar el espíritu de una época, busca revelar los misterios que yacen ocultos en los personajes, cuya psique bien puede verse reflejada en la de cualquier lector. (Cuarta de forros)
Gabriel, émulo de aquél arcángel a quien fuera encomendada la Anunciación, busca afanosamente conquistar el corazón de Elena, hermosa mujer que significó para él “apetitos carnales, rapto en grado de tentativa, tremendos sacrificios, algunos atentados al pudor, el templo de Venus y, en el fondo, en sus cimientos, una cruz pesada”.
Una novela que, más que retratar el espíritu de una época, busca revelar los misterios que yacen ocultos en los personajes, cuya psique bien puede verse reflejada en la de cualquier lector. (Cuarta de forros)
Fragmento
Ignoro si es verdad lo de nuestras mitades, pero Platón habla de ello y desde que lo leí me incliné a creerlo. Aristófanes afirma en El Banquete que la humanidad empezó con seres andróginos, completos. Al principio, antes de que nos dividieran, éramos mitad hombre y mitad mujer. Mejor dicho, cada uno de nosotros era, al mismo tiempo y sin conflictos un hombre y una mujer. Y éramos felices porque no nos faltaba nada. Nos asemejábamos a los dioses, por eso los dioses nos partieron.
Desde entonces vivimos mutilados y nos sentimos tristes. Así empezó el peregrinar de cada uno (de la mitad de cada uno) en busca de su complemento. Empezó ese implorar, llorar y sentirnos afligidos. Comenzaron la cólera y los celos, y como los dioses encuentran ese espectáculo divertido, han amenazado con dividirnos una vez más, rediciéndonos a cuartas partes, para hacer más complicada aún, y más entretenida, la tarea de encontrarnos.
Actualmente, cada hombre lleva dentro de sí, como un anhelo vago, la imagen borrosa, diluida, de su mujer ideal, que no es sino el recuerdo de la mitad que, aun antes de nacer, le fue quitada, y es cosa de verdadera suerte encontrarla; pues la buscamos a ciegas, al tanteo, y casi nunca acertamos.
Podemos reconocer fácilmente a las mitades que no se encuentran. Son mitades hambrientas. Si signo es la soledad. Su síntoma la melancolía. Y como están insatisfechas, se adhieren a otras mitades que les salen al paso. Efectúan uniones y sumas equivocadas, con deplorables resultados; pues, en pleno abrazo, cada mitad sigue buscando, y acaban por separarse, o siguen viviendo juntas, y eso se torna más grave todavía. Aparece un nuevo síntoma: el hastío, y un nuevo signo: la desesperación. Hasta que al más débil se le acaban las fuerzas, o se les acaban a los dos, y mueren agotados.
El amor fracasa constantemente; se extingue sin alcanzar su plenitud, porque insistimos en afianzar nexos inadecuados o ficticios, alianzas que nunca resultarán bien, como la que voy a relatar en este libro. (pp. 12-13)
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