
Este libro manifiesta, con la exactitud del lenguaje, la frustrante realidad de Miguel y Mireya, dos personajes de la sociedad que llegan a trastornar sus vidas con el objetivo de alcanzar la fama, hecho producido por el impacto de los fenómenos televisivos como el concurso Big Brother o el Gran Hermano, en donde las cámaras vigilan todo lo que hacen los participantes. Este reality show tiene su fundamento en un personaje de la novela 1984, de George Orwell, donde se trata de evidenciar a los gobiernos autoritarios que patrullan excesivamente a sus ciudadanos.
Bertha Balestra recrea la popularización de este espectáculo, haciendo llegar al lector la incómoda y frívola realidad que optan quienes pretenden ser parte de él. Con mesura y de gran aportación a la crítica del comportamiento instintivo, esta novela es de fácil acceso y de gran reflexión ante nuestra cultura que cada vez está más Fuera de cauce.
Fragmento
—¿Me permite grabar la conversación?
—Está bien. Pero sin decir quién soy. Hablaré, como quien dice, a nombre del río; él mismo me advirtió que tendría que hacerlo algún día, convertirme en su voz.
Carlos se apresura a colocar la pequeña grabadora.
—¿El río le advirtió…?
—Sí, allá abajo, cuando nos metimos. Primero parecía sólo ruido, un rugido muy fuerte que no nos dejaba oírnos, lo que decíamos entre nosotros, se lo comía. Pero luego empecé a distinguir quejidos, palabras. Me estaba hablando.
—¿Todos distinguían las palabras?
—No. Sólo uno de mis compañeros, el Güero, que en paz descanse y yo. Lo platicamos después con unos alcoholitos. Porque ya ve usted, cuando la gente oye y ve cosas digamos raras, parece que cuesta contarlo, nadie quiere aceptarlas, aunque a todos les han pasado, pero se las callan, las niegan, como si fueran de vergüenza. Nicho y el Corcholata decían que no oyeron nada de eso.
—¿Y qué le dijo, don Cleto, de qué habló el río?
—Uuh, pues hartas cosas. Se quejaba de estar ahí encerrado, bajo la tierra, como si fuera un difunto. Pero más de la cantidad de porquerías que le avientan; porque había de ver cómo está esto. En vez de un río como se debe, con su agua corriendo, allí pasan animales muertos, caca, toallas de esas de las mujeres, bolsas, latas, ropa. Vimos un colchón podrido, pedazos de llanta.
—¿Y lloraba, dice usted?
—Como plañidera; aullaba. Pero también amenazó. Dijo que iba a salirse de esa cárcel, que iba a regresar para arriba, donde lo vieran. A mí, qué le digo, me daba tristeza; me conmovía, como si fuera una persona allí encerrada por años, siendo inocente. Imagínese usted que lo metieran en un hoyo y le echaran toda esa mugre día con día. (pp. 66-67)
—Está bien. Pero sin decir quién soy. Hablaré, como quien dice, a nombre del río; él mismo me advirtió que tendría que hacerlo algún día, convertirme en su voz.
Carlos se apresura a colocar la pequeña grabadora.
—¿El río le advirtió…?
—Sí, allá abajo, cuando nos metimos. Primero parecía sólo ruido, un rugido muy fuerte que no nos dejaba oírnos, lo que decíamos entre nosotros, se lo comía. Pero luego empecé a distinguir quejidos, palabras. Me estaba hablando.
—¿Todos distinguían las palabras?
—No. Sólo uno de mis compañeros, el Güero, que en paz descanse y yo. Lo platicamos después con unos alcoholitos. Porque ya ve usted, cuando la gente oye y ve cosas digamos raras, parece que cuesta contarlo, nadie quiere aceptarlas, aunque a todos les han pasado, pero se las callan, las niegan, como si fueran de vergüenza. Nicho y el Corcholata decían que no oyeron nada de eso.
—¿Y qué le dijo, don Cleto, de qué habló el río?
—Uuh, pues hartas cosas. Se quejaba de estar ahí encerrado, bajo la tierra, como si fuera un difunto. Pero más de la cantidad de porquerías que le avientan; porque había de ver cómo está esto. En vez de un río como se debe, con su agua corriendo, allí pasan animales muertos, caca, toallas de esas de las mujeres, bolsas, latas, ropa. Vimos un colchón podrido, pedazos de llanta.
—¿Y lloraba, dice usted?
—Como plañidera; aullaba. Pero también amenazó. Dijo que iba a salirse de esa cárcel, que iba a regresar para arriba, donde lo vieran. A mí, qué le digo, me daba tristeza; me conmovía, como si fuera una persona allí encerrada por años, siendo inocente. Imagínese usted que lo metieran en un hoyo y le echaran toda esa mugre día con día. (pp. 66-67)
Balestra, Bertha, Fuera de cauce. Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2008. Colección Cruce de Milenios.
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